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YA ES LA HORA DE SABER MAS DE MATRIMONIO-DIVORCIO - SEPARACION Y NULIDAD, TODO ES POSIBLE EN EL CHILE DE HOY. MATRIMONIO DIVORCIO , SEPARACION Y NULIDAD EN LA LEGISLACION CHILENA: 04-03-2009

miércoles, marzo 04, 2009

Cristianismo, liberalismo y socialismo

Cristianismo, liberalismo y socialismo

José Antonio Valdivia Fuenzalida | Sección: Política, Religión, Sociedad
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Los seres humanos tenemos una característica que nos hace especialmente diferentes a todos los demás seres de la creación: nuestra esencia incluye tanto la materia como el espíritu. Es decir, además del hecho de que somos seres corporales, tenemos ciertas facultades que se encuentran totalmente desligadas de la materia. No somos ni pura materia ni puro espíritu, por lo que tanto una visión materialista como espiritualista del hombre implica un reduccionismo. Y por supuesto, las consecuencias de una u otra visión suelen ser nefastas. Ahora bien, nuestra materialidad la vemos manifestada en el hecho de que tenemos un cuerpo del cual se desprenden una serie de actos dependientes de sus órganos. Nuestra espiritualidad, en cambio, la encontramos en dos facultades que no requieren de ninguna parte del cuerpo para actuar: la inteligencia y la voluntad. El amor, las ciencias, el arte, la tecnología, la religión y todo aquello que hace al hombre diferente del resto de los animales no podría ser posible sin la presencia de estas dos facultades espirituales. En este contexto, cabe preguntarse si en la especie humana es más importante lo material o lo espiritual. En otras palabras, ¿la materia se subordina al espíritu o al revés?, ¿nuestro espíritu es un medio para satisfacer nuestras necesidades materiales o debemos satisfacer estas últimas con el fin de lograr un completo desarrollo espiritual? Cómo responde el Cristianismo a esta pregunta es lo que aquí pretendo exponer. Mi principal objetivo es no dejar ninguna duda respecto de su incompatibilidad con la ideología liberal y socialista.

Para el Cristianismo, la posición frente a este problema es muy clara. Dios es el Creador del hombre y de todo el universo. Como Ser perfectísimo y eterno, necesariamente es espiritual, ya que la materia es imperfecta y cambiante. En la medida en que Cristo murió en la cruz con el fin de redimir a la humanidad de sus pecados y restablecer su contacto con Dios, evidentemente pone lo espiritual por encima de lo material. En efecto, restablecer dicho contacto equivale a desviar el apetito desmedido del hombre por los bienes terrenales para que vuelva a poner el sentido de su vida en el amor a Dios y la unión con Él. En consecuencia, no podemos negar la primacía de lo espiritual sin dejar de ser verdaderos cristianos.

No obstante lo anterior, hay que tener muchísimo cuidado con pensar que la doctrina cristiana es espiritualista, en el sentido de que desdeñe lo material y lo considere como algo que se deba evitar. En verdad, no hay nada más lejano al verdadero sentido de su doctrina. Como sabemos, el dogma principal del Cristianismo es que Dios se hizo hombre, asumiendo tanto la naturaleza espiritual como material de este último. Por lo tanto, difícilmente podemos no alejarnos del Cristianismo si afirmamos que lo material –como los puritanos– es malo en sí mismo, ya que Dios mismo se hizo un hombre concreto de carne y hueso. Así pues, al despreciar la materia, en cierto modo estamos despreciando a Dios mismo.

Por lo demás, filosóficamente hablando, cualquier espiritualismo extremo carece de sustento. Puesto que, tal como indiqué más arriba, en el hombre se dan juntos el espíritu y el cuerpo, no podemos explicar todo el despliegue de sus actos si dejamos uno de lado. Es cierto que la libertad, el amor, las ciencias, la religión y todo lo que nos distingue de los animales no existiría si no tuviéramos espíritu. Sin embargo, nuestra naturaleza nos impone que sin nuestro cuerpo tampoco podríamos realizar dichas actividades. Y esto se puede demostrar desde varios aspectos.

En primer lugar, el hombre necesita un sustento material para sobrevivir, necesita comer. El desarrollo espiritual se da en el contexto de la vida y para que esta se mantenga es necesario que todas nuestras funciones orgánicas realicen adecuadamente su actividad. Si dejáramos de comer, simplemente moriríamos. Asimismo, una mala alimentación no permite a nuestro cuerpo su estado ideal para desarrollarse espiritualmente. Por ejemplo, quien no ha comido en mucho tiempo o está mal alimentado, le es mucho más difícil aprender o estudiar. Igualmente, necesitamos de casas y lugares donde podamos protegernos del clima y tener las mínimas condiciones para desarrollarnos como personas.

Por otro lado, todas las actividades espirituales (la ciencia, el arte, la religión, el amor, etc.), también requieren de ciertas condiciones materiales para que puedan ser llevadas a cabo. Así, por ejemplo, para aprender y estudiar, necesitamos de libros, de cuadernos, de establecimientos educativos, profesores que nos enseñen y una larga lista de cosas sin las cuales sería imposible hacerlo.

Para darle a esto su último fundamento, consideremos que, sin lo material, el hombre perdería todo contacto cognoscitivo con lo real. Y esto debemos entenderlo desde dos puntos de vista: del sujeto y del objeto. Desde el sujeto, en el sentido de que todo nuestro conocimiento se inicia en los sentidos, los cuales requieren de un órgano material para realizar su función. Por ejemplo, para ver necesitamos de los ojos. Ahora bien, desde el punto de vista del objeto, esto lo debemos entender como que lo primero que conocemos son cosas materiales. A falta de ellas no habría nada para conocer y nuestra inteligencia quedaría en la mera potencialidad, no tendría ningún desarrollo. Precisamente porque todo conocimiento empieza con los sentidos, empieza también en cosas materiales. Así pues, todo el desarrollo espiritual de nuestra inteligencia no podría darse sin lo material. A falta de órganos y objetos materiales no habría nada qué conocer y no podría llevarse a cabo ninguna actividad contemplativa. No podríamos gozar de la belleza de un paisaje si no tuviésemos ojos y si no hubiese paisajes. Tampoco seríamos capaces de disfrutar de la música si no tuviéramos oídos y no hubiera sonidos. Ninguna ciencia sería posible, incluso aquellas cuyo objeto es inmaterial, puesto que se llega a ellas por medio del conocimiento de las cosas materiales. Ni siquiera la más pura meditación, porque para hilar nuestros pensamientos requerimos de funciones sustentadas por órganos cerebrales lo que se hace patente en el hecho de que para pensar necesitamos de palabras y estas hay que imaginarlas por medio de dichos órganos.

En definitiva, todo desarrollo de la espiritualidad se da por medio de lo material. En cuanto somos seres cuya esencia incluye la materialidad, nada de lo que hagamos puede hacerse sin lo material, aún cuando sin lo espiritual sería muy poco lo que podríamos hacer. Incluso el amor a Dios, que debe guiar el desarrollo de toda actividad humana, no nos sería posible sin un contacto con la realidad material, ya que tanto la inteligencia como la voluntad permanecerían dormidas y sumidas en la nada. Por lo demás, es en la contemplación de la creación y en el amor al prójimo que el hombre accede al conocimiento y al amor de Dios.

Conforme a lo anterior, se puede entender la finalidad que cumplen las sociedades políticas y la civilización. En efecto, como decía Aristóteles refiriéndose específicamente a la polis, una sociedad política surge al principio para satisfacer las necesidades más básicas de sus integrantes, pero cuando ha alcanzado un cierto grado de desarrollo, sirve para alcanzar la "vida buena". Y esta vida buena no es otra cosa que el desarrollo de las actividades que perfeccionan espiritualmente al hombre. Sin asociarse, el hombre tendría que utilizar todas las horas de su vida para conseguir alimento y abrigo, lo que no le permitiría desarrollarse espiritualmente. En la sociedad política, en cambio, como está compuesta de diversas agrupaciones que llevan a cabo una función especial, se da todo lo necesario para que los hombres tengan tiempo libre y puedan desarrollarse espiritualmente. En otras palabras, a falta de sociedades políticas y de la civilización, no podría darse el sustento material que permite a los hombres desplegar toda su humanidad. Esto es precisamente lo que llamamos bien común.

Queda claro, por lo tanto, la importancia que tiene lo material para la vida del hombre. En este sentido, el progreso material de la civilización humana tiene un valor inmenso y justifica todos los avances tecnológicos que facilitan la vida humana. Querer desligarse por completo de lo material en todas sus manifestaciones es una insensatez que, según lo expuesto, solo nos puede llevar al nihilismo. El hombre, nos guste o no, se encuentra limitado a la materia y a todas las condiciones que esta impone, por lo que cualquier espiritualismo que pretenda prescindir de ella de ninguna manera nos va a conducir al perfeccionamiento espiritual. Es más, si descuidamos lo material nos arriesgamos a caer en un estado casi animal de pobreza espiritual.

A pesar de ello, desde que el entusiasmo por los avances científicos llevó a los pensadores del siglo XVIII a proponer su ideal de progreso indefinido, Occidente ha caído en otro extremo. Dicho entusiasmo, junto con la creencia de que las religiones constituyen un obstáculo para el progreso material, ha ido haciendo de Occidente una civilización cada vez más materialista. Es decir, lo material ya no está al servicio de lo espiritual, sino que esto último –si es que acaso existe– está al servicio de lo primero. Los bienes terrenales se ponen por encima de los bienes espirituales y Dios va siendo poco a poco apartado de nuestras vidas. Es considerado incluso como un obstáculo para el progreso, puesto que pone demasiados límites a la actividad humana. De este modo, la economía, la política, las ciencias, la diversión y la vida privada ya no se rigen por verdades morales eternas provenientes de Dios, sino que por lo que a cada uno le plazca y más le convenga según la situación.

Como es sabido, las ideologías liberales y socialistas son firmes representantes de las ideas de la Ilustración. Como tales, son materialistas y ateas. Sin percatarse de que la crisis de nuestra civilización es consecuencia del materialismo y el ateísmo, la atribuyen a los valores tradicionales de la Civilización Cristiana, los cuales supuestamente aún nos tendrían atados y no nos dejarían alcanzar la felicidad. Conforme a esto, del mismo modo que el Cristianismo no es compatible con el espiritualismo, tampoco lo es con estas ideologías. No podemos ser a la vez cristianos y liberales o cristianos y socialistas ya que son posiciones completamente contradictorias. Si somos buenos cristianos, entonces seremos malos socialistas o malos liberales y viceversa. Hay dos maneras de entender a aquellos que pretenden hacer compatibles en su vida estas formas de ver el mundo: o tienen un profundo desconocimiento respecto de la naturaleza real de una de las doctrinas que pretenden hacer compatibles o sencillamente son infiltrados socialistas y liberales. Lamentablemente, de estos últimos hay muchos dentro del Cristianismo y el único fin que tienen es destruir sus fundamentos. Sobre todo ha habido, por medio de la Teología de la Liberación, muchos infiltrados marxistas y Chile es un muy buen ejemplo de ello. Igualmente, liberales –que cada vez cuesta más distinguirlos de los marxistas– también los hay y los vemos en todas aquellas organizaciones abortistas tales como "Católicas por el derecho a decidir" en Brasil. Asimismo, cada vez con mayor frecuencia, se pueden ver en los diversos medios de comunicación algunas opiniones totalmente contrarias a la doctrina católica pero manifestadas por liberales que pretenden ser buenos cristianos. Incluso, algunos acusan a la Iglesia de retrógrada al no adaptarse a las nuevas ideas y cambios de la sociedad occidental sin querer darse cuenta que eso equivaldría a renunciar a su misma esencia.

Nuestra Santa Iglesia Católica se ha caracterizado por mantener en su doctrina el equilibrio entre lo espiritual y lo material, con la debida superioridad de lo primero. Como indiqué más arriba, su principal dogma se lo exigía. Santo Tomás de Aquino le dio a este equilibrio, de una vez y para siempre, su fundamento racional, superando todas las teorías que pecaban de espiritualismo. Sin embargo, este equilibrio se basa en distinciones filosóficas muy sutiles por lo que es muy fácil desviar la mirada a uno de los extremos. El mal de nuestro tiempo es el materialismo y está motivado por la ceguera que nos produce el ser testigos de un vertiginoso proceso de progreso material. El enorme caudal de comodidades y entretenimientos que sin descanso invaden al hombre terminan por ocultar aquellas cosas que realmente valen la pena. Todos estos bienes distraen al hombre y lo tientan a apartar de sus vidas lo único que lo puede hacer feliz: el amor a Dios y todo lo que de este amor se desprende. La intrusión de las ideas liberales y socialistas en el mundo católico no es otra cosa que la eterna reproducción de la primera de las tentaciones de Cristo. La Teología de la Liberación, al identificar la salvación cristiana con un paraíso terrenal de bienestar para todos, es el mejor ejemplo de ello y es por eso que en su momento fue debidamente condenada. Lamentablemente, hoy, junto con la fuerte invasión de las ideas liberales en el pueblo cristiano, está reviviendo. En consecuencia, es más importante que nunca que los católicos conozcamos y entendamos nuestra fe si no queremos ser arrastrados por una corriente que, sin duda, terminará derrumbando todo lo que ha mantenido en pie la civilización occidental.


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Saludos
Rodrigo González Fernández
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El Estado y la disolución del tejido social

El Estado y la disolución del tejido social

Gonzalo Vial Correa | Sección: Familia, Política, Sociedad
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El repentino aumento de los femicidios durante febrero llevó a que, la semana pasada, relacionáramos este hecho con la disolución del tejido social en los sectores más desposeídos de nuestro país. Disolución, a su vez, debida a la vertiginosa baja de los matrimonios celebrados en Chile —un tercio menos, los últimos diez años… y siguen cayendo—; el consiguiente inferior número de niños nacidos de matrimonio, y aumento de los nacidos fuera de él (62% del total el año 2007), y el remplazo paulatino, pero incesante y veloz, de los casados por los convivientes, la "pareja".

No se trata de condenar legal ni moralmente a la "pareja" —ésa es otra historia, y una historia caso a caso—, sino de consignar que en ella la vida marital y postmarital y la relación con los hijos comunes carecen de reglas… Más aún, son imposibles de regular, dada la infinita variedad de combinaciones que pueden darse de estas conductas, su desarrollo y sus consecuencias.

Lo comprobamos en algunos de los femicidios que nos han conmocionado (ver columna anterior).Una de las "parejas" estaba compuesta por una mujer no menor de treinta años, y un muchacho de diecinueve, adicto a la marihuana, completando el grupo una hija de la primera, de dieciséis, que el conviviente asesinó. En otra de las parejas disueltas —lo que condujo a que el hombre ultimara a la mujer—, el hechor había tenido una relación anterior, también terminada. Terminada, sí, pero dejando dos hijos de 12 y 14 años, que vivían con el padre, y a los cuales éste encerró en la casa común, ocho horas, mientras allí mismo humillaba y finalmente asesinaba a su segunda mujer.

Olvidemos los crímenes, y preguntémonos qué reglamentación legal hubiera podido darse a estas "parejas", y a los hijos o "hijastros" que dependían de ellas. Obviamente ninguna, en particular por dos hechos capitales: a) El conviviente carece de cualquier obligación (ni derecho) respecto a los hijos de su pareja que biológicamente no sean hijos suyos. b) Lo mismo rige para cualquier conviviente, tocante a los hijos comunes que no haya reconocido. Y este reconocimiento es enteramente voluntario, salvo sentencia judicial, cuya rapidez y accesibilidad a los pobres el lector juzgará.

Sería absurdo sostener (sin una investigación más amplia y profunda, que naturalmente ninguna escuela de sociología hace) que los femicidios de febrero —los cuales afectaron, en cinco de siete casos, a parejas y no a matrimonios— se debieron a la falta de enlace legal. Pero no parece ilógico pensar que, tratándose relaciones humanas como éstas, tan profundas y apasionadas, el hecho de que sean completamente anárquicas, sin ninguna regla jurídica que intente, siquiera, enmarcarlas, no puede sino favorecer la violencia física y sicológica… la "violencia intrafamiliar",de la cual Carabineros recibe dos mil denuncias semanales (El Mercurio, 16 de febrero).

Mientras tanto, ¿qué hacen los gobernantes en presencia de crisis tan formidable?

Parches. Hay mucha solución de parche, improvisada, quizás aceptable por la urgencia y de mediano aunque limitado éxito posible, pero que no va al fondo del tema. Así:

— "Brazaletes electrónicos", eventualmente monitoreados por satélites seguirían la pista de aquellos imputados de violencia intrafamiliar que tienen prohibido acercarse a sus víctimas. Proyecto en trámite. Costo: 6.000 millones de pesos… al parecer anuales (El Mercurio,16 de febrero), 200 nuevos funcionarios incluidos.

Confieso abrigar cierto escepticismo ante la idea de que un satélite —que hasta el momento, en el Transantiago, no logra siempre ubicar dónde está un bus de itinerario fijo y regular— pueda seguir el trayecto imprevisible de un femicida a la busca de su presa. Pero quizás sea esta incredulidad consecuencia de mi ignorancia tecnológica.

— El SERNAM piensa que hay menos matrimonios porque el régimen de sociedad conyugal da demasiadas atribuciones al marido en el manejo de los bienes comunes. Prepara un proyecto limitándolas.

Que con esta limitación muchas mujeres (y sobre todo muchos hombres) preferirán el matrimonio a la simple convivencia es un optimismo y una inocencia del Servicio. Que Dios le conserve candor semejante.

— Justicia de familia. ¿Será la salida real del problema? Ingresan arriba de 350.000 causas anuales. Es, todos lo saben, un modelo de lentitud, ineficacia e incluso trato humillante para quienes la invocan. Los esfuerzos para mejorarla no han tenido resultados muy visibles. El último de estos esfuerzos, ya convertido en ley, establece la "mediación" obligatoria de profesionales especializados, en los juicios de familia. Con ella, y nuevos jueces (95) y empleados (640), más 18.500 millones de pesos en infraestructura, "quedará normalizada la oferta de justicia familiar en el país", dice el ministro del ramo (19 de febrero).

Dios lo escuche. No ha escuchado en seis años —está a la vista— las promesas solemnes y públicas de parlamentarios democratacristianos y nacionales, asegurando que no aceptarían ley de divorcio sin que estuviesen en operación juzgados de familia suficientes y eficaces.

Agreguemos que el "mediador" —cuya propuesta necesita la aceptación de ambas partes— sólo descargará a la justicia propiamente dicha de una pequeña proporción de las causas de familia. Es ésa, entiendo, la experiencia internacional. Y Perogrullo nos dice que si, para uno de los contendores, responder "no" al mediador significa dilatar el pago de alimentos que debe hacer, será muy proclive a ese "no".

"Los temas de familia (dijo el presidente de la Corte Suprema al promulgarse la ley señalada) no deberían judicializarse, porque agudizan el conflicto existente" (El Mercurio, 19 de febrero). Pero la mediación… ¿solucionará esos temas, o devendrá muy mayoritariamente un mero trámite inútil salvo en cuanto indispensable para abrir la puerta de la batalla judicial?

EL PROBLEMA DE FONDO. Pero hay más. Ningún mediador ni juez de familia puede poner orden en relaciones maritales que no son matrimoniales, ni en los vínculos de la "pareja" conviviente con los niños que viven bajo ella. Pues —como explicamos— esas relaciones no tienen ni pueden tener regulación legal de ninguna eficacia práctica.

EL ESTADO. El Estado, los gobernantes, no pueden obligar a las parejas a casarse. Tampoco perseguir o prohibir las convivencias sin matrimonio. Pero pueden (y no lo hacen):

1. Beneficiar de alguna o varias maneras sustantivas a quienes celebran y conservan el matrimonio civil, y tienen hijos dentro de él.

Todo el mundo, creyente religioso o no, debiera coincidir en que el matrimonio civil, y engendrar, criar, formar moralmente y educar hijos dentro de él son situaciones socialmente beneficiosas. De lo contrario, ¿por qué empeñarse en su prolija regulación jurídica, como la que hoy existe? Sin embargo, en el Chile del Siglo XXI, casarse y formar una familia dentro del matrimonio no acarrea el menor beneficio legal ni administrativo.

2. Al contrario, perjudica. Ejemplos. A: Un superior de servicio público puede tener a su "pareja" de jefe de gabinete, pero no puede emplear de ascensorista a un hijo matrimonial. B. La "pareja" tiene DOS opciones a subsidio de vivienda: el matrimonio, sólo UNA. C. Los miembros de la "pareja" declaran separadamente su impuesto anual a la renta. A los miembros del matrimonio cabe que el Servicio les exija una sola declaración, sumando los ingresos de ambos, con peligro de aumentar el tributo resultante, que es progresivo según tramos.

3. Abstenerse de legislación negativa para el matrimonio. Los ejemplos recientes de ésta son muchos. V.gr.:

A. La ley de divorcio (2004), al establecer que el abandono del hogar, sin motivo alguno, otorga al hechor una causal legítima para disolver unilateralmente el matrimonio, por divorcio, después de tres años.

Nadie tiene, pues, matrimonio legalmente seguro sino por ese plazo. ¿A qué fin casarse, entonces? La simple convivencia ahorra el papeleo del matrimonio… y el del divorcio, a los tres años.

B. La ley que "igualó" a los hijos nacidos dentro o fuera del matrimonio (1998).Tenía (como muchas de estas disposiciones) un objeto fundamentalmente propagandístico. Los derechos económicos de los antiguos "ilegítimos", en la práctica, y por motivos largos de explicar, serían muy parecidos a los de antes. Y la valoración social de haber nacido dentro o fuera de matrimonio no depende de nombres ni de leyes. Buena o mala, justa o injusta, esa valoración la hace y la cambia el sentir de la colectividad .

Pero, también de hecho, con esta ley, la muerte del padre casado y que deja cónyuge sobreviviente e hijos de ambas categorías, introduce en la herencia tal confusión y precariedad, que objetivamente es un disuasivo del matrimonio. Sobre todo entre los pobres, cuyo único "bien hereditario" de cierta importancia acostumbra ser el hogar, la casa de subsidio. Objetivamente, a la mujer que hace vida marital le conviene —en este respecto— no casarse y tener la vivienda a su nombre. ¡Otra ventaja de la mera "pareja"!

C. Las normas vigentes sobre esterilización (2000). Con la firma de una ministra cuyo nombre he olvidado, dicen —caso único en el mundo, creo— que una mujer casada, que no ha tenido hijos, de dieciocho años, analfabeta, puede exigir a los Servicios de Salud que la esterilicen, sin invocar ninguna causa y sin que lo consienta, ni siquiera lo sepa su marido. ¿Qué mejor manera de decir que casarse es solamente un papeleo aburrido?

Resumen: si no se revaloriza y fomenta, desde todos los puntos de vista, el matrimonio y la familia legales, no habrá solución operante para los problemas de la convivencia marital y de los hijos que nacen de ella. "Judicializar" el funcionamiento de instituciones que por su naturaleza misma no tienen ley es querer cuadrar el círculo… una pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero.

Nota: El artículo original fue publicado por La Segunda, el 24 de febrero de 2009.


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Rodrigo González Fernández
Diplomado en RSE de la ONU
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